viernes, 30 de enero de 2009

Anoche a las dos

Es increíble el grado de histeria (en muchos casos autoconsciente) de los tipos.
Cuando le contaba a mi psicólogo -cuando aún lo tenía, antes que hiciera gala de la histeria profesional y omitiera contarme que se iba de vacaciones... volviendo después decidido a recuperarme como paciente- no lo podía creer. A veces me iba de la sesión con la idea que Pedro pensaba que yo era una mitómana. Seguramente, si le hubiera contado lo de Juan-blogger, hubiera salido de sesión con esa idea (otra vez).
Juan-blogger tiene novia, pero nos conocimos en un impasse suyo. Juan-blogger se atrevió a juzgarme por tener sexo con él mientras El Maula escribía su tesis de psicopateo conmigo. Juan-blogger volvió a tener sexo conmigo cuando ya había vuelto con su chica, pero no mostró gestos de constricción... se limitó a pedirme que lo entendiera (?).
Un sábado a la mañana, todavía detonada de la noche anterior, leo un mensaje de texto de Juan-blogger: "¿en qué andái?". Me extrañé. Busqué la hora: 5.37.
Le contesté con la intención de amanecerlo con dolor de cabeza. Era lo mínimo que podía hacer después de esa actitud.
Unas horas después, responde "perdona, ese mensaje te lo escribí con el pito". Lo sabía, pero no esperaba tamaño acto de sinceridad en un mensaje de texto.
Finalmente, mensaje va, mensaje viene, olvidado el sincericidio, empezamos a hablar de qué nos haríamos (en la catrera)... hasta que no aguanté más y lo llamé, para poner menos distancia entre palabras y hechos.
Ahí reculó.
Más tarde se deshizo en pedidos de disculpas y promesas de compensación y hasta me acusó de resolutiva (?). Mi voz interior me dijo "claro corazón, yo soy resolutiva, y vos sos un histérico marca cañón"; la misma voz que me dijo que lo bloqueara en el msn al otro día.

miércoles, 21 de enero de 2009

El torito

Y de golpe, como si la figurita verde de msn irradiara una energía especial, los tipos que durante más de un año no me dieron bola, me atiborran de mensajes instantáneos. Evidentemente la decisión de dejar de lamentarme por un maula (o de por lo menos no hacerlo todo el tiempo), genera algo que atraviesa las ondas de la web (no sé si son ondas o qué; a gatas que entiendo algunas cosas del dios de la internet).
Uno de ellos: El niño poeta. Leo su blog, me gusta lo que escribe. Algunos poemas suyos me suben la temperatura y me hacen pensar que debe tener una novia de 19, hiperflaca y desgarbada, que no usa corpiño y se viste en ferias americanas (y por supuesto las prendas de la abuela le quedan bien). Ah, y que le gusta coger y sabe muy bien cómo hacerlo.
Pero todo eso es mi imaginación. Porque si tuviera una novia así no me invitaría a salir. O sí, para probar lo que es estar con una mina de treintaypico (que un amigo de una amiga dice que estamos de moda).
Prefiero saltear la charla: para hablar tenemos el chat. Lo invito a pasar a los bifes directamente (maldito peludo histérico, que no me hizo cortar la racha que ya pasa de los 5 meses). Igual, no puedo asaltarlo apenas cruce la puerta, así que compartimos unas cervezas para romper el hielo (ponele).
La acción se hace esperar un poco pero promete: mirá vos el nene, con 21 añitos como mueve la lengua. Pienso que la novia de 19 debe estar mal acostumbrada, que cuando se cruce con un treinteañero que no sabe moverla se le va a caer el alma al piso. Pero enseguida sigo concentrándome en eso, que deja de hacer en el momento en que más quiero que siga.
Bueno, lo que sigue será celestial.
Bueno, el cielo puede caer también.
El problema es que no hace nada para remediarlo. (Grito mental: ¡seguí con lo de la lengua entonces!).
Pensé que mi cara de culo podía transmitir frases completas, zamarreos, cachetazos, reflexiones a los gritos, increpaciones... pero no; el señorito me sonreía nomás.
Lo mandé a su casa en medio de la madrugada: si sos tan grande como para dejarme con las ganas, también lo serás para atravesar la capital en medio de la noche. Ah, ¡y cuidado con las travestis de la esquina, nene!

Me besó y se fué

Después de casi 5 meses de estar fuera del mercado, llorando por los rincones por El Maula... ya el cuerpito y el corazón pedían acción.
Y así, como quien no quiere la cosa, un día apareció El peludo histérico, con su charla sofisticada y culta de bar, con su look puanesco (y su histeria puanesca también), con su chapa de docente y con su cinturón femenino (creedlo).
Se invitó a mi casa; traté de echarlo (para seguir lamentándome más tranquila, ponele). Finalmente con unas artimañas muy agradables, consiguió trastocar mi negativa (que tampoco era tan firme, dadas las anteriormente enunciadas demandas de cuerpo y corazón) y cuando terminé de cerrar la puerta, había despejado mi cama de las porquerías que había dejado encima y se sacaba las zapatillas, sentado al borde.
Se colocó en posición cucharita, me manoseó apenas y sin ganas, y soltó el primer ronquido preludio del resto de la noche.
Por la mañana, un piquito en la esquina y el pedido "escribime", al que accedí más tarde sin respuesta alguna.
No me pidió el teléfono... ¡ni se aprovechó de mí! (que es lo que más me indignó).

martes, 23 de diciembre de 2008

Cuando me entrés a fallar

Bueno, no. A mí no me sobró "bravura pa' hacerte saltar pa'rriba". Más bien me dejé tapetear varias veces. ¿Que cómo me recibí de gila? Fácil: corrí dos cuadras a un tipo rogándole un beso. A un tipo que me acababa de gritar y de insultar, que me había dejado por otra encima: le dí la oportunidad de darme la estocada final.
No voy a decir que recapacité enseguida, no. La gila no es consciente de lo gila que es hasta que, de golpe, leyendo literatura barata -dicen que femenina-, se reconoce en los personajes de alguna novelucha de Marcela Serrano y quiere morir (de vergüenza). Y habla en tercera persona para despegarse de esa gila. En fin.